Mostrando entradas con la etiqueta dañadas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta dañadas. Mostrar todas las entradas

sábado, 25 de julio de 2015

dañadas

Soy un buscador de la felicidad



Durante mucho tiempo, cuando los amaneceres fueron un umbral para los días apagados, existía en mi mente una lucha interna entre las capas de mi razón y los zócalos profundos de mi piel. Yo estaba segura de que mi origen había sido de una cepa siniestra, estúpida idea defectuosa que carcomía mi cerebro y me hacía sentir como una partícula insignificante, sulfatada, viviendo un exilio y confinada a lo más mínimo e inexistente.

En medio de esta desvelada costilla, había una duda rodando siempre en mi cabeza: ¿qué era la vida? ¿Realmente era esto vivir, así sin respirar, sin sentir el latido del corazón? ¡No!, yo estaba segura de que la vida era otra cosa, era transcurrir y suceder mientras se siente cómo fluye tu sangre por las venas, es vibrar sin sentir miedo, andar descalza y disfrutar de lo que te ofrece el suelo.
Entonces, ¿por qué yo sentía dentro de mí cosas opuestas? ¿Por qué mis pupilas últimamente sucumbían cuando el espacio sin forma alguna, seguía arrastrándome al puto abismo? Lugar incómodo para mis huesos, donde ya no deseaba estar más.
Esta invalidez de mi sequía mental, este virus polimorfo que se instaló en mis venas, ha atormentado mi alma por mucho tiempo cuando yo aún estaba viva.

Todavía recuerdo cuando comencé a obedecer la misoginia autoritaria de una bestia putrefacta, y de cómo se metió profundo y desgarró mis miedos desmenuzando todas mis dudas para luego vomitarlas sobre mi fragilidad.
Fue justo ahí cuando la oscuridad absoluta, la soledad última, se adueñó de mis sueños y al parecer, del mismo modo que cualquier estrella recorre su dominio en forma precisa, yo avanzaba por este mundo, quebrada, con un corazón débil, sin rumbo y con un horizonte completamente sombrío y la confianza rasgada y rota.

En ese entonces, yo solía sentarme en un banco de madera, muy al fondo de todo, donde las hojas secas eran el único alimento para mi razón y fijaba la vista en el suelo queriendo encontrar una salida pero una vez metida en este estado, algo o alguien me hacía observar cómo con cada amanecer, mi vida caía al fondo del tiempo, muy profundo, muy íntima de mi misma, naufragando mi condena perpetua, esa que caía sobre mi estéril cuerpo cada vez que me abandonaba a los vientos revueltos, al arrastre irrespetuoso de ese alguien, de ese gusano letal que creí que me cuidaba.

Y si, muy pronto llegó ese momento en que los que me conocían ya jamás pudieron saber nada de mí. Nada de la que fui, ya nunca más pudo asomarse a ningún nuevo crepúsculo. Dentro de ese vivir sin anhelar nada, sin querer nada, solo lo indispensable (comida y agua), mi vida que no era tal, un día deseo terminar de nacer, pero no ahí, en ese injerto tejido de engaños, donde era una sarcófago siniestro para mis nuevas ilusiones.

Invisible para muchos, con un carácter incompleto y con mis ojos repletos de tinieblas y temores, un día me fui a terminar de venir a este mundo ya grande, sola y sin esperanza alguna, decidí dejar de deslizarme por esta vida venenosa y comenzar a pisar la tierra, esta que me dio origen y me perdió por un tiempo y así, poco a poco, me alejé de las mentiras disfrazadas con ternura y me quité de encima a muchas sanguijuelas que a mi alma primera la vieron morir día a día y no hicieron nada.

Está lloviendo sin parar afuera, falta todavía una hora para que la noche cierre, entonces peregrino por mis últimos tormentos, abro mis ojos y los veo a ellos, iracundas almas inocentes que jamás comprendieron los misterios que aun aprietan mi cuello pero saben que fui su único lecho y la única caricia real que jamás sus latidos sentirán.

¡Ya llega el día! ¡Ya llega el día!
¿En dónde hallaré ahora un lugar para esta entraña mía que está libre,
muy dañadas